miércoles, 30 de diciembre de 2009

Hasta cuando permitiremos esto?










El condeando a ser lapidado, es sacado del hoyo, aparentemente muerto.


Un tribunal islámico condena por adulterio a Mohammed Abukar
clipping

Los domingos, lapidación en el campo de fútbolEl hombre agonizó lentamente ante la mirada y el regocijo de sus vecinosDatos de mapa ©2009 Europa Technologies - Términos de usoPeriodista Digital, 20 de diciembre de 2009 a las 20:27

Una mujer somalí es lapidada hasta la muerte por adulterio

A la mujer con la que tuvo relaciones, Halima Sheikh Abdulahi, le propinaron 100 latigazos por ser soltera ¿Se atreverían columnistas y caricaturistas españoles a tratar al Islam como tratan a la Iglesia Católica? No, porque los ayatolás no se andan con bromas

Si, pero no lo hacen por respeto

Quizá, pero no sería políticamente correcto

No se, porque aquí se aplican siempre dos varas de medir />

La lapidación islámica comienza con el enterramiento hasta el pecho./> El condenado implora clemencia, intentando parar la lapidación.

/> Los asistententes a la lapidación lanzan piedras, que han traído en un camión.

/> Tras la lapidación, el cuerpo del condenado es sacado del hoyo, ensangrentado.

/> Al descubrir que el lapidado todavía respira, lo rematan a pedradas.

La lapidación islámica comienza con el enterramiento hasta el pecho. 01 El condenado implora clemencia, intentando parar la lapidación. 01 Los asistententes a la lapidación lanzan piedras, que han traído en un camión. 01 Tras la lapidación, el cuerpo del condenado es sacado del hoyo, ensangrentado. 01 Al descubrir que el lapidado todavía respira, lo rematan a pedradas. 01Mohamed Abukan Ibrahim, de 48 años, fue lapidado el domingo pasado en el campo de fútbol de la población somalí de Afgoye, 30 kilómetros al noroeste de Mogadiscio.

Un remedo de tribunal, aferrado a la Ley Islámica y sumiso a la milicia integrista Hezb al Islam, lo culpó de adulterio.

Mohamed fue enterrado vivo hasta el pecho en mitad del campo de juego. Minutos antes, el juez había informado a la excitada concurrencia de su veredicto:

‹ "Este es su día de justicia; hemos investigado y han confesado". ›

Sus parientes intentaron matar al juez, miembro de otro clan. Comenzó un intercambio de disparos entre los que abogaban por la culpabilidad o la inocencia del acusado. Entre sus familiares, que querían salvarlo y los verdugos, empeñados en castigarle.

El grupo que estaba contra la ejecución fue superado y expulsado de la zona del campo de fútbol, con varios heridos y un muerto en sus filas.

Y empezó la orgía de sangre. Primero lo entierran. Ya atrapado en su agujero, Mohamed da la impresión de encontrarse extrañamente sereno, escindido de la realidad, superado por las brutales circunstancias.

LA MANO AL CIELO

En una de las imágenes levanta la mano hacia el cielo, como si quisiese dejar en evidencia la arbitrariedad de la decisión de los hombres que lo van a lapidar y que recogen exaltados las piedras blancas recién traídas en un camión.

Los testigos afirman que el desventurado se resistió como pudo, gritó, pataleó y lloró, intentando frenar el cruento ritual.
Tras las pedradas, cuando parecía muerto, lo sacaron inconsciente y bañado de sangre del hoyo. Notaron que aun respiraba y -como se ve en otra de las imágenes-, lo remataron.
A la mujer con la que tuvo relaciones, Halima Sheikh Abdulahi, le propinaron 100 latigazos. Al ser soltera, el juez no la pudo condenar a muerte en concordancia con la sharía o ley islámica.

A otro hombre, llamado Ahmed Awale, lo ejecutaron por haber matado a un vecino. Un familiar del muerto le disparó en la cabeza, de acuerdo con la costumbre, que concede a los parientes de la victima el derecho a eliminar con sus propias manos al agresor.

UNA MAÑANA DE CARNICEROS

Una mañana ajetreada para este grupo que acab de estrenarse -aparentemente- en las lapidaciones.

Hasta el momento, había sido la organización Al Shabab, vinculada a Al Qaeda, la que había realizado estas macabras tareas.

Una mañana cargada de lóbregos simbolismos, que para algunos expertos no son más que una forma de manifestar públicamente el poder que se ejerce sobre un territorio, al modo brutal -castigos corporales, amputaciones- de los talibanes tras la conquista de Kabul en 1996.

"Estas prácticas eran desconocidas en Somalia. Las ha introducido Al Shabab", explica Christopher Albin-Lackey, investigador de Human Rights Watch para África.


MILICIAS PRÓXIMAS A AL QAEDA

Tanto las milicias de Hezb al Islam como las de Al Shabab están próximas a Al Qaeda y ambas combaten contra el gobierno de transición somalí.

La mayor parte del territorio está bajo su control y allí se aplica la versión más radical de la Sharia.

Somalia, país sin ley donde la miseria, la guerra, el fundamentalismo y la corrupción hace tiempo que despojaron al ser humano incluso de su derecho a vivir, se asoma de nuevo a Occidente. O quizás, habría que decirlo al revés.

Occidente mira con espanto a esa nación que corona el cuerno de África y que secuestra barcos en las aguas que la bañan. Pero, salvo algunas fotos atrapadas por intrépidos que arriesgan en ello su pellejo, la Vieja Europa contempla desde lejos los estragos de la Sharia, la draconiana ley coránica que cada facción de la milicia integrista islámica Hezb al-Islam interpreta a su manera.



ESPECTÁCULO CASI INÉDITO

La serie de fotos que ofrecemos son un espectáculo prácticamente inédito, no por ser público, sino porque las víctimas de las lapidaciones siempre han tenido en ese país nombre de mujer, como la de Aisha, esa niña de 14 años cuya historia amplió los horizontes del horror.

Aisha fue violada por tres capos del clan más influyente de la ciudad de Kismayo, al sur del país somalí, y además condenada a muerte el mes pasado.

Enterrada como Mohamed, tuvo una lenta agonía, hasta el extremo de que el lanzamiento de piedras se interrumpía para comprobar si le quedaba aliento.

Y siguen lapidando.




A LA MODORRA del progresismo progresado occidental hay que sumar el coma político de la Iglesia Católica, aherrojada en su paz hippie, intoxicada por la ingesta de tanto amor almibarado y ambos, la modorra y el coma, omnicomprensivos con la Apocalipsis que podría desencadenar la ideología extremista de Ahmadineyad (el presidente iraní) o las proclamas yijadistas suníes que conducen al Califato Universal. La cólera de los creyentes instaurará el reino de Alá que sobrevendrá después del caos universal, las matanzas multinacionales masivas, plagas y desastres inimaginables con la dominación y supresión de los infieles y los apóstatas mediante el terror.

Los únicos que nos mentimos, que nos engañamos y lo hacemos con irresponsabilidad, ignorancia y gran temeridad somos nosotros, los occidentales que hemos puesto nuestra seguridad y nuestra cultura al amparo de ideologías chocarreras, entusiasmadas con la expansión rápida, casi violenta, por el mundo islámico, de la cólera de Alá

Los chiíes esperan la llegada del Mahdi, el “duodécimo” profeta/redentor que emergerá de un pozo —metáfora inversa— para cumplir su cometido y expandir por el mundo islámico el chiísmo mahdista. Los suníes, arremolinados alrededor de su fe wahabista o salafista, aspiran al Califato Universal pero tienen propósitos de similar intensidad apocalíptica y aunque compiten entre ellos porque se disputan la dirección del futuro reino de la Justicia Islámica Planetaria, no dudan en el auxilio mutuo para reducir o suprimir al infiel o el apóstata, el enemigo común.

Una parte de la opinión pública occidental, una escasa parte, una minoría muy pequeña se toma en serio las amenazas del Apocalipsis mil veces anunciado por los guerreros de Alá. A la mayor parte de la opinión pública occidental, entumecida, muy distraída pagando la hipoteca, organizando sus vacaciones o adormilada viendo series de televisión, las proclamaciones apocalípticas de los guerreros de Alá se le antojan bravuconadas y divertimentos inferiores, muy inferiores a la tecnología y ciencia occidental, que consideran muy superior e invencible.

Es así para la mayor parte de la opinión pública, excepto para las comunidades de inteligencia que tiene que desayunarse cada día, cada mañana, con informaciones y revelaciones cada vez más inquietantes sobre los propósitos apocalípticos con los que enredan sin parar los guerreros de Alá, patrocinados por estados teocráticos, redentores, apestados o por fortunas amasadas al calor de los petrodólares, con el añadido perturbador del colchón de comprensión y asentimiento que dichos proyectos inspiran en el interior del progresismo progresado mundial y en numerosos círculos de la Iglesia Católica.

En Occidente se repara poco, por ignorancia, en el nivel de sofisticación y complejidad de nuestras sociedades. Sofisticación y complejidad a la que no podemos renunciar, sin la cual no podemos ni siquiera sobrevivir y cuya supresión significaría, por sí misma, la expansión y multiplicación de las calamidades. No podemos renunciar a nuestra complejidad, es nuestro patrimonio, y no existe la marcha atrás. Cualquier corrección hay que proyectarla en el tiempo futuro y en términos de complejidad creciente.

Ahora bien, cada innovación o tecnología tiene su catástrofe. Y a mayor complejidad, mayor es la catástrofe. No tiene igual catástrofe una aglomeración de cien personas que otra de 100 mil. Se parece muy poco la capacidad de gestión que hay que desplegar para administrar 5 mil pasajeros o 500.000, son aeropuertos, infraestructuras y tecnologías distintas. En nada se parece una aglomeración de 20 mil almas a otra de 20 millones a las que se puede envenenar con similares procedimientos. Las grandes centrales eléctricas producen mucho bien a mucha gente y endiablado mal si quedan fuera de servicio. No es lo mismo abatir una avioneta con 10 pasajeros que el nuevo airbus de dos plantas con 800 pasajeros. No es el mismo atentar contra un convoy del metro que contra un tren de alta velocidad a 300 km por hora. En nada se parece derribar un edificio de seis plantas a otros de doscientas. No es comparable un ataque químico o biológico en la quinta avenida de Nueva York, en la arteria principal de Sao Paulo o en el metro de Moscú que el que se realiza contra un pueblecito de Carolina del Sur o en Castilla-La Mancha. No es lo mismo atentar contra una gasolinera que contra los depósitos de gas del Puerto Franco de Barcelona. La devastación es de distinta naturaleza. ¿Cómo se protegen las centrales atómicas, los centros de comunicación o 15.000 km de costa o los millones de contenedores que entran y salen a diario por los distintos puertos de Europa?

Nuestra complejidad es disfrutable y administrable, es beneficiosa pero poco protegible contra el sabotaje y los propósitos apocalípticos. Nuestras sociedades están diseñadas para ser abiertas. La seguridad absoluta implicaría su no uso. La única opción al alcance de nuestras sociedades es penetrar las fuerzas destructoras, apocalípticas, las enemigas, y generar inteligencia y fuerza preventiva. Cualquier otra hipótesis no es razonable, tampoco es viable e implica nuestra rendición. Ante los que han demostrado determinación para destruirnos no caben medias tintas. Ellos son sinceros, en ningún momento nos han mentido ni han formulado propósitos distintos a los que ejecutan. Los únicos que nos mentimos, que nos engañamos y lo hacemos constantemente, con irresponsabilidad, ignorancia y gran temeridad somos nosotros, los occidentales que hemos puesto nuestra seguridad y nuestra cultura al amparo de ideologías chocarreras, entusiasmadas con la expansión rápida, casi violenta, por el mundo islámico, de la cólera de Alá y que entra en resonancia con cada adolescente que se inmola dejando un reguero de sangre.

La imagen del hombre de Europa en los asuntos de Política Europea de Seguridad y Cooperación, Javier Solana, haciéndose el sincero, exhibiendo sus melindres humanitarios, su supuesta honradez intelectual y ofreciéndose como mediador para parar la escalada de la violencia entre Israel y Hezbolá, es la imagen patética del progresismo progresado mundial. Es un representante prototipo de la ideologías dialogueras, que propenden a la paz a partir de una sobremesa en algún palacio u hotel de lujo. Darían lástima si no fuera que se merecen una paliza diaria, desde que se levantan hasta que se acuestan sin parar a comer. Son individuos repulsivos e hipócritas, sin convicción alguna. Se saben impostores y se burlan del mundo entero. Saben que son mediadores a sueldo y que sus mediaciones se limitan a levantar acta de lo conseguido en el campo de batalla. Son repulsivos moral e intelectualmente. Lo que tiene que hacer Javier Solana es mediar él, con su cuerpecito de hipócrita, entre las balas del Tashal y las milicias de Hezbolá. Mediar de verdad, apostarse entre los frentes y ofrecer su cuerpo protegido por el invencible escudo dialoguero, en el que parecen que rebotan todos los proyectiles, los misiles, los degollamientos, los secuestros y las masacres. Cretino.

DEBERES PARA EL FIN DE SEMANA

Ejercicio nº 1. ¿Qué hacer con el Director General de la Federación Internacional de Periodistas, Aden White, que emitió un comunicado condenando enérgicamente el ataque de Israel a las instalaciones de la cadena de televisión de Hezbolá, Al Manar, consagrada a la irradiación y expansión de la Yijad Islámica, fábrica de suicidas asesinos y enaltecedora de masacres y degollamientos? Invocaba la Libertad de expresión. ¿Recuerdan el bombardeo de la televisión pública serbia, la televisión particular de Milosevic? Pues sí, efectivamente, era la televisión pública de la República de Serbia y también la televisión particular de Milosevic.

Ejercicio nº 2. El representante máximo del Progresismo Progresado español, zETAp, ha anunciado que España se convertirá en la primera potencia exportadora de Paz. Descubra con qué aliados: a) con ETA, Hezbolá, Al Qaeda y Hamas; o b) con Occidente. Identifique que características tendrá su producto: a) será una paz multipléxica cojonuda; b) será una paz protuberante chachi; c) será una paz zumbona y lenguaraz.

El día 24 de julio, martes, más
ANTONIO YUSTE

La fuerza de las religiones. Y sus tradiciones




Pakistán: las tradiciones islámicas matan a cinco mujeres por rechazar matrimonios concertados

Publicado el 5 Octubre, 2008


Las organizaciones civiles y de derechos de la mujer se han echado a las calles de las principales ciudades de Pakistán para tratar de obligar al Gobierno a poner fin a los asesinatos por honor y para que castiguen a los autores de estos asesinatos.

El asesinato de cinco mujeres, tres de ellas niñas, para ‘proteger’ el honor familiar ha conmocionado Pakistán. Las niñas, que al parecer planeaban casarse con los hombres que ellas querían y no con los que se les había impuesto, fueron asesinadas por sus familiares para defender el honor familiar y para castigarlas por su comportamiento ‘ilícito’. Según las informaciones recogidas en Hong Kong por la Comisión Asiática de Derechos Humanos (AHRC), las cinco mujeres – Fatima, esposa de Ali Umeed Umrani, Jannat Bibi, esposa de Qaisar Khan, Fauzia, hija de Mohammad Ata Umrani, y otras dos niñas , De 16 años de edad y 18 – fueron enterradas vivas en una aldea remota del país.

Los medios de comunicación afirman que el sangriento incidente se produjo el 13 de julio, cuando Abdul Sattar Umrani, hermano menor de Mir Sadiq Umrani, alto dirigente del gobernante Partido Popular de Pakistán (PPP), obligó a subir a las cinco mujeres en su vehículo, en los alrededores de Baba Kot.

Umrani y sus seis cómplices bajaron a las tres niñas del jeep y las torturaron antes de abrir fuego contra ellas. Cuando las dos mujeres de más edad protestaron por el enterramiento de las niñas mientras se encontraban aún con vida, también fueron asesinadas.

Los asesinos han encontrado quien los defienda. Un senador afirmó que “Son siglos de tradiciones y voy a seguir defendiéndolas”

Otra de clubs religiosos"



Un poco de historia


En agosto de 1994, el mulah Mohammed Omar Akhund iniciaba en la ciudad afgana de Kandahār un movimiento fundamentalista islámico que tenía por protagonistas a los talibanes. Después de la invasión soviética (1979-1989), Afganistán es un país en plena guerra civil, donde diversos grupos se disputan el poder. Aprovechando tal situación, los talibanes ocupan de forma progresiva la mayor parte del territorio y, en septiembre de 1996, toman Kabul. Tras el exilio del presidente Burhanuddin Rabbani y del primer ministro Gulbuddin Hekmatyar, así como de la pública ejecución del último presidente pro soviético, Muhammad Najibullah, los talibanes instauran un régimen de cáracter rigorista, que sólo reconocen algunos países (como Pakistán) y que, en cambio, ante las constantes violaciones de los derechos humanos que perpetra, merece la casi unánime condena de la comunidad internacional. Ésta sigue considerando legítimo al gobierno en el exilio de Rabbani, que consigue unir contra los talibanes a los distintos grupos guerrilleros, antes enfrentados, en la denominada Alianza del Norte, que conserva el control de la parte septentrional del país.

El régimen talibán subsiste hasta diciembre de 2001 y su final está propiciado por el amparo que proporciona al saudí Osama bin Laden, líder de la red terrorista Al-Qaeda que es considerado responsable de diversos atentados contra Estados Unidos. El más grave de éstos, que tiene lugar en septiembre de ese mismo año, origina la muerte de miles personas tras provocar el derrumbamiento de las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York. El presidente estadounidense George W. Bush lidera desde ese momento una coalición internacional contra el terrorismo cuya vertiente bélica, la Operación Libertad Duradera, dirigida a la captura de Bin Laden y Mohammed Omar, comienza el 7 de octubre y finaliza, con la rendición de Kandahār a la Alianza del Norte, dos meses después. La dirección del Estado afgano queda entonces a cargo de un gobierno provisional presidido por Hamid Karzai, emanado de la Conferencia Interafgana que, auspiciada por la ONU, se ha celebrado en Bonn.

Información de Enciclopedia Encarta.

Ha pasado ya bastantede tiempo ya desde que el régimen talibán – calificado por la ONU como el más misógino del planeta- fue derrocado por la fuerzas de coalisión lideradas por los EE.UU. , tras mas de 6 años de dominio en Afganistán. El régimen negaba a las mujeres y niñas los derechos civiles básicos, como educación, salud, asistencia médica, trabajo.


Tenían prohibido consultar a un médico varón, y las médicas no podían trabajar. Tampoco podían salir de sus casas sino estaban acompañadas por un pariente varón. Los talibanes habían prometido paz y seguridad después de dos décadas de guerra y violencia, pero lo que les dieron fue presión. El actual gobierno presidido por Hamid Karzai, había prometido construir una nación en las que se garantizara a las mujeres los derechos. Y desde que empezó la guerra, en octubre de 2001, Estados Unidos prometió 15.000 millones de dólares para ayudar a la reconstrucción del país, pero hasta ahora sólo se distribuyó un tercio de esa cifra.

Los afganos confían la seguridad a tropas extranjeras hasta que se establezca su propio ejército, y en la ayuda externa para ingresar en el siglo XXI. Pero las mujeres han descubierto que su esperanza de un nuevo Afganitán está muy lejos. Deben luchar contra un patriarcado de siglos, que la guerra ha arraigado, y las pocas que han logrado empezar o retomar sus carreras son voces aisladas en un mundo de hom­bres. Pero no se rinden.

La ley patriarcal

"Me temo que estaremos aquí mucho tiempo", dice Rahima, de 35 años, mientras se acomoda el velo y alza a sus dos melli­zas. Aquí es la cárcel de Kabul para mujeres donde Rahima pa­sa sus días con otras 28 afganas y sus respectivos hijos, que son encarcelados con ellas. Rahima dice que fue a prisión por negar­se a casarse con su cuñado después de la muerte de su esposo,rechazando así la costumbre tra­dicional afgana. Huyó de la casa de su familia política y su cuñado la hizo arrestar. "Muchas se fugan de sus casas con un hombre y, para un gobierno islámico, ése es un gran delito", dice Khatol, la guardiana, que ha trabajado diez años en la cárcel. "Me entristece verlas aquí, pero come­tieron errores. Deberían haber tenido matrimonios verdaderos, no por amor." Aun en la relativa­mente cosmopolita Kabul las mujeres todavía cumplen, por costumbre, algunas de las reglas más represivas de los talibanes: muchas siguen usando el burka, un velo que las cubre de la cabeza a los pies, y casi todas necesitan el permiso de su esposo para consultar a un médico. Fuera de Kabul, sufren aún más.

Temor por la vida

Leila Achakzai, de 26 años, vive con su esposo, Fahim, en la casa de su madre en Kabul. Lella, que está a punto de tener su segundo hijo, dice que no tiene médico y que no sabe dónde dará a luz. Aunque nació y creció en Kabul, jamás ha podido salir de su propio vecindario, de modo que la ciudad es para ella un misterio amenazante.

Cuando una mujer está embarazada, los afgailos dicen que está enferma. En la Maternidad Malalai, la mayor del país, las mujeres son dadas de alta pocas horas después del parto por la enorme demanda de camas. Pero el 97% de las mujeres afganas da a luz en sus casas porque tienen prohibido consultar a médicos varones y casi nunca dispo­nen de medios de transporte para llegar a un tratamiento médico. Un informe reciente de Médicos por los Derechos Humanos indica que el 40% de las mujeres que mueren durante su período de fertilidad es por complicaciones en el parto.

La Maternidad Malalai está rodeada por un muro de cemento construido por los talibanes, con dos ventanucos diminutos. Del otro lado acampan los hombres que esperan a las mujeres internadas; sigue sin permitírseles entrar, como durante el gobierno de los talibanes, y hablan con sus esposas por los diminutos ventanucos. "El régimen talibán ya no está -dice Suraya Dalil, una médica afgana que participa en la Iniciativa Maternidad Segura, de Unicef-, pero su muro sigue en pie."

Nuevas libertades

Algunas mujeres de la ciudad empezaron a asistir a la escue­la, a sus trabajos, o a ir de compras sin la compañía de un hombre, pero son minoría. Han sido testigos y víctimas de los cambios más drásticos durante las décadas pasadas. En la década del 60 tenían trabajo, educación, representación en el gobierno, opciones; durante el mandato sin ley del gobierno talibán, sus derechos fueron más y más restringidos. Nazyfa Satar, una ginecólogo especializada en Paquistán, regresó a Ka­bul en abril. Había huido en 1991, después de que los mu­llahdin allanaron su casa, gol­pearon a su padre y su hermano casi hasta matarlos, robaron to­das sus pertenencias e intenta­ron encontrar a Nazyfa y a su madre, presumiblemente para violarlas y secuestrarlas. Afortu­nadamente, las dos mujeres se habían ocultado en la casa de un vecino y no fueron halladas. Pe­ro la doctora Satar regresó porque desea ayudar a su gente, y divide su tiempo entre el hospi­tal Maywand, en las afueras de Kabul, y una clínica que dirige en la aldea de Tangi Saidan, a una hora de la capital. En esta última, inaugurada en julio de 2002 con fondos de la Fundación Internacional para la Esperanza, Satar atiende hasta 150 pacientes por día. "Me levanto a las 5 de la mañana y trabajo hasta medianoche", dice. En las reuniones con los ancianos de la aldea y los miembros de la fun­dación, la doctora Satar se encuentra flanqueada por grandes hombres de barba, y puede ha­blar en presencia de ellos, pero sólo cuando le formulan una pregunta directa.

los códigos culturales. Una trabajadora del Comité Interna­cional de Rescate contó la historia de una aldeana que le di­jo que deseaba que volviera el régimen talibán. "Pensaba que entonces había igualdad -dice la trabajadora-, que los talibanes habían devuelto a su lugar a las mujeres educadas. Las mujeres rurales no sufrieron más de lo habitual en ese período." Lo que las mujeres rurales de Afganistán todavía no advierten es que su sufrimiento sólo se apaciguará con ayuda de mujeres como la doctora Sa­tar, que aprovechan al máxi­mo la pequeña libertad que se ha abierto para las mujeres del país. "Durante la época de los talibanes, creí que perderíamos a nuestro país -dice la doctora Satar-. La gente es pobre y no puede mantener a sus familias, pero las mujeres son más felices. Sienten que otra vez son seres humanos."

Verdaderas esperanzas

Los hombres no son los únicos que se resisten al cambio de los códigos culturales. Una trabajadora del comité internacional de Rescate contó la historia de una aldeana que le dijo que deseaba que vuelva el régimen talibán. Pensaba que entonces había igualdad, dice la trabajadora, que los talibanes habían devuelto su lugar a las mujeres educadas. las mujeres rurales no sufrieron más de lo habitual en ese período. Lo que las mujeres rurales todavía no advierten es que su sufrimiento solo se apaciguará con la ayuda de mujeres como la Dra. Santar, que aprovecha al máximo la pequeña libertad que se ha abierto para las mujeres del país. “Durante la época de los talibanes creí que perderíamos a nuestro a país- dice la doctora – la gente es pobre y no puede mantener sus familias, pero las mujeres son más felices. Sienten que otra vez son seres humanos.

MADRID.- Se puede tener una idea a través de fotos y docu­mentales, pero en mi caso nada de eso superó el primer contacto directo que tuve con una mujer que vestía una burka.

Fue hace ya más de dos años, cuando cubrí la guerra de Afganistán, pero no lo olvido la larga túnica celeste que caía con ruedo desparejo y Oue, en su paso, arrastraba el barro de la calle siempre parece haber barro y polvo en esas callejas- y la rejilla a la altura de los ojos por la que no supe si descubrió la impertinencia de mi curiosidad ante aquella vi­sión reveladora de un abismo entre culturas. instuí que era una mujer joven, pero no puedo decid o con certeza. Luego vi otras mu­chas, muchísimas. Huidizas, casi siempre temerosas ante el intento inicial por establecer contacto. En lo personal, comprendí que la burka es muchas cosas, pero también una metáfora del abis­mo cultura entre el llamado mundo árabe y Occidente y del que sólo se conoce la epidermis. La incapacidad de ir más allá de la suerte corrida por ese espantoso vestido es nuestra propia burka, tan asfixiante co­mo la que aún usan las mujeres afganas y tan limitante, sólo que -en nuestra certeza de superio­res- menos evidente que ese género tosco y opresor.

Las mujeres de Afganistán sufren mucho más que una burka. Tienen hambre, carecen de escue­las para sus hijos, de médicos y hasta de agua. Sus hombres mueren como moscas en una guerra que aún no terminó, por mucho que Washington diga lo contrario, y que desangra una tierra seca que antes fue próspera y que ahora, entre lo poco que tiene, figuran enormes campos de cultivo de droga. Sé que muchas de esas mujeres se pondrían no una sino mil burkas si pudieran dar respuesta al ruido de la panza de sus hijos, iluminar el analfabetismo en el que crecen y arrasar con las in­fecciones que se los llevan. Lo peor de todo es que Occidente sólo mira la burka. Y desde que abandoné esa tierra no dejo de preguntarme quién es el que la tiene puesta.

Mujeres de Kabul

Kabul, marzo de 1998. Llueve desde hace diez días en la capital afgana en ruinas, y las callejuelas del enorme bazar central no son más que inmensos lodazales. Arrastrando los pies, los kabulíes, envueltos en la delgada túnica que les sirve de manto, deambulan por las calles. Hay hombres, pero pocas mujeres. En ese país en guerra desde 1 979,la mujer está sometida actualmente a una ley implacable. En pocos meses han arreciado las prohibiciones sobre una población femenina desarmada y atemorizada. Prohibición de pasear solas por las calles: como fantasmas, las mujeres avanzan rozando las paredes en grupos de dos o de tres, ocultas bajo el chadri, un velo total que sólo deja pasar su mirada a través de una rejilla de tela. Prohibición de trabajar, de estudiar. Y, colmo dé males, de recibir atención médica en los hospitales públicos. Desde 1997 sólo tienen acceso a las clínicas privadas que no pueden pagar o a un hospital destartalado, sin agua, sin electricidad, sin calefacción y sin quirófano. En otras palabras, un sitio al que sólo se va a morir.


En el Afganistán de los talibanes, “estudiantes de religión”, sólo los médicos varones pueden ejercer en los hospitales, pero no tienen derecho ni a atender ni a operar a una mujer. El doctor Shams, que tuvo que dejar morir a su prima sin poder brindarle los cuidados indispensables, da rienda suelta a su ira: “Los talibanes no son más que extremistas, militares que imponen su voluntad al pueblo por la fuerza. Son salvajes, que no consideran a la mujer como un ser humano y la han relegado a la categoría de animal”. El doctor Shams está casado, pero no tiene hijos: “Si por desgracia tuviese una hija, ¿cuál sería su futuro?” [...]

En Kabul 13% de las mujeres son jefes de familia. Deben alimentar solas a sus hijos, aunque les está prohibido trabajar. Desafiando los palos que les propinan los jóvenes talibanes de la milicia “de promoción de la virtud y prohibición de los vicios”, algunas vagan por las calles, mendigando al azar una magra ración. Otras hacen cola ante los centros de las organizaciones humanitarias. Pero en julio de 1998 los talibanes expulsaron a las treinta ONG que actuaban desde hace años en la capital en ruinas. Hoy día permanecen en Kabul las Naciones Unidas que el pasado mes de mayo suscribieron un compromiso con los talibanes. Dicho compromiso afirmaba, en particular, que “la condición femenina en el país debía transformarse de acuerdo con las tradiciones afganas e islámicas”. Sin la presencia de las ONG, que les procuraba algo de dignidad y permitía a algunas médicas y enfermeras seguir trabajando, ¿cuál es el futuro de esas mujeres cuya existencia niegan totalmente los hombres que controlan el poder? Con la partida de los occidentales, ¿los talibanes harán aún más férrea la ley que les permite ahorcar, lapidar, cortar manos en público?

Pese al terror que reina en el país, las mujeres no vacilan a veces en rebelarse. Bajo el chadri, Shamira lleva un vestido largo. Tiene anillos en las manos y las uñas de los pies pintadas. En su rostro ovalado brilla una mirada penetrante y levemente temerosa. Antes de que llegaran los talíbanes, Shamira eracatedrática de derecho en la Uni versidad de Kabul. Hoy enseña inglés en una de las numerosas escuelas clandestinas de Kabul, que reciben a unas ochocientas muchachas. En dos oportunidades durante la entrevista, Shamira se levanta y se acerca a la puerta. Cuando le pregunto qué teme, me responde que los vecinos podrían oírnos y avisar a los talibanes. En Afganistán la delación es un mecanismo que funciona bien. Frente a tanta aprehensión, le pregunto: Silos talibanes llegaran ahora, ¿qué pasaría? La respuesta zumba como un latigazo: "Nosotras seríamos ahorcadas y ustedes arrojadas a un calabozo"

¿Por qué correr entonces tantos riesgos para enseñar clandestinamente?

queremos aprender. Ustedes son mujeres libres, pueden leer, estudiar, pensar. Pues bien, las afganas aspiran a otro tanto. Los talibanes nos prohíben estudiar, pues tienen miedo de que nos rebelemos. Somos educadas, ellos son incultos, es eso lo que los asusta.” En la habitación contigua, las alumnas de Shamira repiten una lección de literatura inglesa en un murmullo. Será uno de sus últimos cursos. Algunas semanas más tarde los talibanes entran a la fuerza en todas las escuelas clandestinas, destruyendo cuanto encuentran a su paso.

¿Qué ha sido de esas muchachas que cifraban todas sus esperanzas en el aprendizaje de esa lengua prohibida para huir del país? Una esperanza frágil pues, como sólo tienen frente a ellos una oposición debilitada, los talibanes avanzan de victoria en victoria y controlan ahora más del 80% del país.



Elizabeth Drévillon, El Correo de la Unesco, octubre 1998.